27.5.10

Mirar


Supongo que a mi niña no le molestará este post. No creo, porque ya hemos hablado del tema alguna vez. Bueno, ahí va: lo confieso, yo miro a las mujeres.


No a todas, claro. A Rita Barberà no. Es que no sé si es una mujer. Quiero decir, yo miro a ese ser, y al girar la cabeza me encuentro a esa morenaza de ojos azules, y me cuesta creer que compartan género. Ni especie siquiera. Supongo que a ella le debe pasar lo mismo al verme a mí recién levantado y después encontrarse con una foto de Hugh Jackman.

A lo que iba. Ahora que viene el buen tiempo la ropa se pone interesante. Brotan escotes, hombros, piernas. Es difícil evitarlo. Y yo, que soy débil de espíritu, miro.

NO "REPASO". Me parecen muy feas, esas miradas-escáner, a veces acompañadas de inconscientes movimientos de labios. No, éso no es mirar, éso es babear. Éso no. ÉSO NO.

Y ellas lo saben. No quiero decir que lo busquen, ni nada peor. Quiero decir que las mujeres saben que miramos. Y yo a veces pienso que igual les sienta mal, y lo siento. Lo siento de verdad, no es con mala intención. Ni siquiera creo que haya un componente machista ni dominante en ésto, sino una simple y sana admiración de la belleza.


Además, dudo que sólo lo hagamos nosotros. Porque yo no miro a otros hombres, normalmente, pero me doy cuenta de si un tío es guapo, y me cuesta creer que no se lleve tantas miradas como una chica bonita. Igual es que cuando lo hacemos nosotros es como más feo (nosotros solemos hacerlo todo más feo), pero vamos, que también lo hacen. Y me parece perfecto, porque a mí me encantaría que me lo hicieran.

Lo que de verdad me gustaría saber es si siempre molesta. Supongo que depende del que mira, de la mirada en sí, del posible piropo. Pero vamos, que yo alguna vez he notado que alguna chica me miraba (igual por los pelos felinos que suelen adornar mi ropa), y me ha arreglado el día.

25.5.10

El Final de “Perdidos”


He de confesar que me desenganché de esta serie por pura vaguería. En la TVE pre-sinpubli era imposible seguir nada, y para cuando CUATRO la recuperó me pilló sin ganas de adicciones. Y me jode porque en su día fui un lostie de lo más asqueroso.

Así que he vivido con relativa distancia todo esto del final de una era y esas cosas. Por un lado, me hubiera gustado participar de la histeria colectiva, la noche perdida y las discusiones sobre los subtítulos y el supuesto purgatorio; pero por otro lado tengo suficiente perspectiva como para ver que hay gente que, pasara lo que pasara, se iba a sentir decepcionada igualmente.

“Perdidos” es una serie de misterio, género difícil porque juega con el masoquismo del espectador que disfruta con que le dejen dándole vueltas a las preguntas pero espera que un día u otro le den respuestas. El apasionado del thriller disfruta tanto de un buen final como del camino dentro del laberinto, pero me temo que muchos seguidores se cansaron de elucubrar y querían saber, y llegaron a odiar la espera. Se convirtieron en antifans: personas que pasan de admirar a demandar, de esperar a exigir, de comentar a juzgar, e inevitablemente, de ilusionarse a sentirse estafados. Ya no les bastan los episodios: ver la serie es un mero trámite para llegar al final, en el que quieren ver sus preguntas respondidas y sus expectativas satisfechas. Y no se dan cuenta de que la serie lo es por sus episodios, no por su final.

Es evidente que un buen final es una guinda perfecta. Pero juzgar una experiencia completa por com acaba es injusto, además de profundamnete subjetivo. Yo que soy un friki de los juegos mentales, el misterio y la ciencia-ficción, puedo decir que “Perdidos” me encanta; me gusta tanto, de hecho, que tengo previsto verla acabar en condiciones este verano, y que haber leído como acaba me da exactamente igual. Porque lo que me gusta es Kate, y su historia con el médico muerto por su culpa y su cápsula del tiempo con un avioncito de juguete dentro; el juego de encontrar los números en simples guiños; la molonidad extrema de Desmond; “The Constant”, una de los mejores conceptos de sci-fi de los últimos tiempos; el juego de espejos entre la muerte de Boone y el nacimiento de Aaron... todos esos momentos no se pierden porque no me guste la explicación religiosa o de que me de rabia que no salga un señor con barba blanca explicándomelo todo. Me enganché a esta serie porque me mantenía alerta, y no me hubiera gustado que acabara contándomelo todo con pelos y señales, despreciando mis teorías, insultando mi capacidad de asbtracción.

Ver una serie no es tragar capítulos hasta llegar al último; es disfrutar de toda ella, sabiendo que habrá cosas que, seguramente, no nos gustarán. Es una putada que una de esas cosas sea su final, pero hasta que no lo vea en su contexto, tampoco puedo juzgar. Pienso en “Urgencias”, que me estoy revisando desde el principio, y no me veo devorándola para ver qué pasa al final; de hecho, es que lo que me gustaría es que no hubiera.


16.5.10

Vergüenza

En El Laberinto del Fauno, el Capitán Vidal dice, hablando de los maquis: "es que estos no se han enterado de que la guerra se terminó, y de que ganamos nosotros. Y si para que se enteren hay que matarlos a todos, pues se les mata".

"Y si no, se les inhabilita", pensó La Falange.


Esta semana, cautivos y desarmados el sentido común, la justicia y la democracia, han alcanzado las horas fascistas un nuevo objetivo político. La guerra terminó, y han vuelto a ganarla.